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Thirtieth Sunday in Ordinary Time

In the tenth chapter of the Gospel of Mark, we find the scene from the life of Christ where Jesus heals the blind man named Bartimaeus. Interestingly, this miracle is the last miracle that Jesus worked before he entered into holy week. There are other miracles in the city, such as the withering of the fig tree, which he performs during the week leading up to his Passion; but this is the last miracle before Jesus’s triumphant entry into Jerusalem.

Therefore, this last miracle is very significant due to its placement—a kind of “saving the best for last,” if you will. There are so many details recounted in the scene, details that can teach us profound truths about the spiritual life if we take the time to ponder them in our hearts. Let us briefly consider five details that can teach us how to strengthen our spiritual life. First, we notice the sheer persistence of Bartimaeus. Nothing would stop his clamor to come face to face with Jesus. He was utterly determined to meet the one person whom he longed to confront with his trouble. In the mind of Bartimaeus there was not just a vague, wistful, sentimental wish to see Jesus. It was a desperate desire, and it is that desperate desire that gets things done. Second, we see that his response to the call of Jesus was immediate and eager, so eager that he cast off his hindering cloak to run to Jesus the more quickly. Many people hear the call of Jesus, but say in effect, ‘Wait until I have done this,’ or ‘Wait until I have finished that.’ Bartimaeus came like a shot when Jesus called. Certain chances happen only once. Bartimaeus instinctively knew that. Sometimes we have a wave of longing to abandon some habit, to purify life of some wrong thing, to give ourselves more completely to Jesus. So very often we do not seize the moment to act on it—and the chance is gone, perhaps never to come back. Third, he knew precisely what he wanted—his sight. Too often our admiration for Jesus is a vague attraction. When we go to the doctor it is to have something specific dealt with. When we go to the dentist we do not ask to have any tooth extracted, but the one that is diseased. It should be so with us and Jesus. And that involves the one thing that so few people wish to face—self-examination. When we go to Jesus, if we are as desperately definite as Bartimaeus, things will happen. Forth, Bartimaeus had faith. Christianity begins with a personal reaction to Jesus, a reaction of love, feeling that here is the one person who can meet our need. The response of the human heart is enough. Fifth, and finally, Bartimaeus may have been a beggar by the wayside but he was a man of gratitude. Having received his sight, he followed Jesus. He did not selfishly go on his way when his need was met. He began with need, went on to gratitude, and finished with loyalty—and that is a perfect summary of the stages of discipleship. Conversation with Christ: Thank you, Lord! Like the sight you gave to Bartimaeus, you have given each of us so many graces and special favors, beginning with the amazing gift of our Catholic faith. From the heart, we thank you for so much love. Help us often repeat: “Lord, increase my faith!” Amen.

En el capítulo décimo del Evangelio de Marcos, encontramos la escena de la vida de Cristo donde Jesús sana al ciego llamado Bartimeo. Este milagro es curiosamente el último que Jesús obró antes de entrar en la semana santa. Hay otros milagros en la ciudad, como el marchitamiento de la higuera, que realiza durante la semana previa a su Pasión; pero este es el último milagro antes de la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén. Por lo tanto, este último milagro es muy significativo debido a su ubicación, una especie de “guardar lo mejor para el final”, por así decirlo. Hay tantos detalles narrados en la escena, detalles que pueden enseñarnos verdades profundas sobre la vida espiritual si nos tomamos el tiempo de reflexionar sobre ellos en nuestro corazón. Consideremos brevemente cinco detalles que pueden enseñarnos cómo fortalecer nuestra vida espiritual. Primero, notamos la pura persistencia de Bartimeo. Nada detendría su clamor de encontrarse cara a cara con Jesús. Estaba absolutamente decidido a conocer a la única persona a la que anhelaba confrontar con su problema. En la mente de Bartimeo no solo había un vago, nostálgico y sentimental deseo de ver a Jesús. Era un deseo desesperado, y es ese deseo desesperado el que hace que las cosas se hagan. En segundo lugar, vemos que su respuesta al llamado de Jesús fue inmediata y ansiosa, tan ansiosa que se quitó el manto que lo obstaculizaba para correr hacia Jesús con mayor rapidez. Mucha gente escucha el llamado de Jesús, pero en efecto dice: “Espera hasta que haya hecho esto” o “Espera hasta que termine aquello”. Bartimeo llegó como un tiro cuando Jesús llamó. Ciertas posibilidades ocurren solo una vez. Bartimeo lo sabía instintivamente. A veces tenemos una ola de anhelo de abandonar algún hábito, de purificar la vida de algo incorrecto, de entregarnos más completamente a Jesús. Muy a menudo no aprovechamos el momento para actuar en consecuencia, y la oportunidad se ha ido, tal vez para nunca volver. En tercer lugar, sabía exactamente lo que quería: su vista. Con demasiada frecuencia, nuestra admiración por Jesús es una vaga atracción. Cuando vamos al médico es para que nos atiendan algo específico. Cuando vamos al dentista no pedimos que nos extraigan ningún diente, sino el que está enfermo. Debería ser así con nosotros y Jesús. Y eso implica lo único que muy pocas personas desean afrontar: el autoexamen. Cuando vayamos a Jesús, si somos tan desesperadamente definidos como Bartimeo, sucederán cosas. En cuarto lugar, Bartimeo tenía fe. El cristianismo comienza con una reacción personal a Jesús, una reacción de amor, sintiendo que aquí está la única persona que puede satisfacer nuestra necesidad. La respuesta del corazón humano es suficiente. En quinto y último lugar, Bartimeo pudo haber sido un mendigo al borde del camino, pero era un hombre agradecido. Habiendo recibido la vista, siguió a Jesús. No siguió su camino egoístamente cuando su necesidad fue satisfecha. Comenzó con necesidad, pasó a la gratitud y terminó con lealtad, y ese es un resumen perfecto de las etapas del discipulado. Conversación con Cristo: ¡Gracias, Señor! Como la vista que le diste a Bartimeo, nos has dado a cada uno de nosotros tantas gracias y favores especiales, comenzando con el don asombroso de nuestra fe católica. De corazón te damos las gracias por tanto amor. Ayúdanos a repetir con frecuencia: “¡Señor, aumenta mi fe!” Amén.

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