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Twenty-Fifth Sunday in Ordinary Time


This week, I’d like to share the short reflection I gave at our Thursday evening Mass with everyone from the Gospel of St. Luke 7:36-50.

In this Gospel passage, we see how Simon the Pharisee has an apparent openness to the Lord. He invites him to dine. He observes him. And he engages him in cordial dialogue. Nonetheless, we see that Simon interiorly judges the Lord, dismisses him as a farce, and ultimately rejects him. The Pharisaical attitude consists primarily of trying to force God into our preconceived notions of how he should operate. The Pharisees had the correct view of moral precepts (both Simon and Jesus agree that this woman is a sinner). But they fail in recognizing their sins, which are rooted in pride. This pride manifested itself in that unspoken attitude that God must adjust himself to our way of being and acting.

So, the Pharisee thinks he is sinless and does not admit that he needs a savior. His prideful attitude of “assessing” the Lord proceeds from a deeper pride that blinds him to who he really is before God: a simple creature in need of divine help and grace. Simon wants God to conform to his preconceptions and winds up rejecting Christ. This is the paradigm of pride. It distorts reality and forges its self-centered world that Christ cannot penetrate. The woman knows she is a sinner and recognizes the path to her salvation in the words and example of Jesus. She painfully realizes who she is and keenly longs for salvation. The words and example of the mercy of Christ resonate deeply in her heart and invite her to repentance. This is the paradigm of humility. Its strength lies in knowledge and serene acceptance of the truth and makes redemption possible.

One last thought, Our Lord’s loving treatment of both the woman and Simon displays a remarkable balance of kindness. He carefully avoids the opposite extremes of condemnation and indifference to others’ sins. The reason Our Lord can offer hope and consolation to the repentant sinner as well as to invite the proud with a gentle call to repentance is that Christ will die for both. In this, we see Christ’s goodness. He comes to save us all, but we must choose to accept his goodness.

Jesus, help us realize who we are and who You are.  Teach us gratitude for your goodness and hope in your mercy.  Help us recognize our pride and strive to overcome it so that You can fill our lives with your goodness.  Amen.

Esta semana, me gustaría compartir la breve reflexión que di en nuestra Misa del jueves a la tarde del Evangelio de San Lucas 7: 36-50.

En este pasaje del Evangelio, vemos cómo Simón el fariseo tiene una aparente apertura al Señor. Él lo invita a cenar. Él lo observa. Y lo involucra en un diálogo cordial. No obstante, vemos que Simón juzga interiormente al Señor, lo descarta como una farsa y finalmente lo rechaza. La actitud farisaica consiste principalmente en tratar de forzar a Dios a nuestras nociones preconcebidas de cómo debe actuar. Los fariseos tenían la visión correcta de los preceptos morales (tanto Simón como Jesús están de acuerdo en que esta mujer es pecadora). Pero fallan en reconocer sus pecados, que están enraizados en el orgullo. Este orgullo se manifestó en esa actitud tácita de que Dios debe ajustarse a nuestra forma de ser y actuar.

Entonces, el fariseo piensa que no tiene pecado y no admite que necesita un salvador. Su actitud orgullosa de “evaluar” al Señor procede de un orgullo más profundo que lo ciega a quien realmente es ante Dios: una criatura simple que necesita la ayuda y la gracia divina. Simón quiere que Dios se ajuste a sus preconceptos y termine rechazando a Cristo. Este es el paradigma del orgullo. Distorsiona la realidad y forja su mundo egocéntrico en el que Cristo no puede penetrar. La mujer sabe que es pecadora y reconoce el camino a su salvación en las palabras y el ejemplo de Jesús. Ella se da cuenta dolorosamente de quién es y anhela ardientemente la salvación. Las palabras y el ejemplo de la misericordia de Cristo resuenan profundamente en su corazón y la invitan al arrepentimiento. Este es el paradigma de la humildad. Su fuerza radica en el conocimiento y la aceptación serena de la verdad y hace posible la redención.

Un último pensamiento: el trato amoroso de Nuestro Señor tanto a la mujer como a Simón muestra un equilibrio notable de bondad. Evita cuidadosamente los extremos opuestos de condena e indiferencia por los pecados de los demás. La razón por la cuál Nuestro Señor puede ofrecer esperanza y consuelo al pecador arrepentido, así como invitar a los orgullosos con un suave llamado al arrepentimiento es que Cristo morirá por ambos. En ésto, vemos la bondad de Cristo. Él viene a salvarnos a todos, pero debemos elegir aceptar su bondad.

Jesús, ayúdanos a comprender quiénes somos y quién eres. Enséñanos gratitud por tu bondad y espera en tu misericordia. Ayúdanos a reconocer nuestro orgullo y a esforzarnos por superarlo para que puedas llenar nuestras vidas con tu bondad. Amén.

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