Preparing for this week’s Sunday homily, I discovered this beautiful thought from a great Saint, I’d like to share with you which sheds light on why a person should come to Mass.
St. Bernardine of Siena, a great 15th century Franciscan preacher, was once asked a very interesting hypothetical by those who were wondering why he stressed so much the importance of preaching. They queried: “If a Christian community for twenty years could only have one thing or the other — either 20 years of good preaching with no access to the Mass and the Eucharist or 20 years of access to the Mass, but bad or no preaching — which would be better? Think of what your response would be to the same question. St. Bernardine’s answer, without any hesitation, surprised them: it was better to have 20 years of good preaching! He answered that way because he was convinced that after 20 years of the Eucharist, but with no preaching or bad preaching, the people would no longer understand the importance of the Mass and would begin to take the Eucharist for granted; whereas, after 20 years of good preaching, even without the Mass, the people would be salivating for the Eucharist and the other sacraments.
When you look at the recent history of Catholicism in the U.S., St. Bernardine’s point seems validated. There have been countless conversions from Evangelical Protestantism — including of many ministers — to the Catholic faith because their study and lengthy preaching on the Bible led them to the conclusion that the Eucharist really is Jesus and they’ve come into the Church trying to make up for lost time. On the other hand, Catholics, who have been complaining for decades about bad preaching or even no preaching, seem to take the awesome gift of the Eucharist for granted, as seen by rates of attendance at Mass and at Eucharistic adoration.
The point of preaching, as the Second Vatican teaches, is to lead the listeners to “conversion” and “holiness of life” (PO, 4). May the Lord help all of us come to Him for what He wants to give us and not for what we want Him to give us. Amen.
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Preparándome para la homilía dominical de esta semana, descubrí este hermoso pensamiento de un gran Santo, me gustaría compartir con ustedes y arrojar un poco de luz sobre por qué una persona debe venir a Misa.
San Bernardo de Siena, fue un gran predicador Franciscano del Siglo XV, una vez le preguntaron por qué él enfatizaba tanto la importancia de la predicación. Le preguntaron: “Si una comunidad cristiana durante veinte años sólo pudiera tener una cosa o la otra, 20 años de buena predicación sin acceso a la Misa y a la Eucaristía o 20 años de acceso a la Misa, pero mala o nula predicación” que sería mejor? Piensa cuál sería tu respuesta a la misma pregunta. La respuesta de San Bernardo, sin dudarlo, los sorprendió: ¡era mejor tener 20 años de buena predicación! Respondió de esa manera porque estaba convencido de que después de 20 años de la Eucaristía sin ninguna o mala predicación, la gente no entendería la importancia de la Misa y comenzaría a tomar la Eucaristía por sentado; mientras que, después de 20 años de buena predicación sin la Misa, la gente estaría esperando ansiosa por la Eucaristía y los otros sacramentos.
Cuando nos fijamos en la historia reciente del Catolicismo en los Estados Unidos, el punto de San Bernardo parece validado. Hubo innumerables conversiones del Protestantismo Evangélico, incluso de muchos ministros, a la Fé Católica porque su estudio y larga predicación sobre la Biblia los llevaron a la conclusión de que la Eucaristía es realmente Jesús y han venido a la Iglesia tratando de compensar por el tiempo perdido. Por otro lado, los católicos, que se han estado quejando durante décadas acerca de la mala predicación o incluso de la falta de predicación, parecen tomar por sentado el increíble regalo de la Eucaristía, como lo demuestran las tasas de asistencia a la Misa y la Adoración Eucarística.
El objetivo de la predicación, como enseña el Segundo Vaticano, es conducir a los oyentes a la “conversión” y la “santidad de la vida” (PO, 4). Que el Señor nos ayude a todos a acercarnos a Él por lo que Él quiere darnos y no por lo que queremos que Él nos dé. Amén.
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