The Fifth Sunday of Easter this year brings us to the Gospel, where Jesus gives us the powerful and beautiful image of the Vine and the Branches, which is an image of the type of unity we’re all supposed to have in Jesus, an image of how our works are supposed to flow from our saving bond with him rather than detached from him and his redeeming grace, and how we’re supposed to be in communion with the other Branches on the Vine. Let’s briefly look at what Jesus says:
First, Jesus says, “My Father is the Vine Grower.” He is the one who has called us to communion with him through Jesus. What a tremendous grace!
Second, the Father is a pruner. “He takes away every branch in me that does not bear fruit, and everyone that does he prunes so that it bears more fruit.” The Father is a patient pruner, but he wants our cooperation. Do we allow him to prune us so that we might produce more fruit? Do we allow him to prune our time, our possessions and attachments, our false sense of autonomy, even our good things, so that we can bear more fruit? Do we allow him to prune us of some old ideas and understandings, so that he may take us deeper in communion with him and others?
Third, Jesus, says that the Father prunes us “because of the word that I spoke to you.” Jesus’ word helps us to see what needs to be cut from our life so that we may be fruitful. We can’t remain in him unless we remain in that word.
Fourth, Jesus calls us to abide in him as he abides in us. This is both a passive and an active verb for us. First we need to allow the Lord to abide in us, but then we need to respond and remain in him. Do we seek to abide in him in prayer? In Mass? In our friendships? In our whole day? The essence of the Christian life is this mutual abiding.
Fifth, Jesus stresses that unless we’re abiding in him like branches on a vine, we won’t bear fruit because apart from him we can do nothing. That’s actually a shocking sentence, because we think we and others can do a lot without Jesus, that we’re really mostly self-sufficient, physically and spiritually. If we’re not bearing any fruit because we have pruned ourselves off of the vine, because we’re not abiding in Jesus but remaining outside of communion with him, he tells us that we’ll be thrown out like a branch, wither and be gathered and thrown into the fire. This is not just an image about hell, but is also an images of the causality of spiritual lifelessness. If we seek to do things apart from God — and apart from his Mystical Body — even though we might seem to be “productive,” our life will be fruitless and vain.
Sixth, if we remain in him and his words resonate within us, then our prayer will totally change, because we will be praying united with Jesus in his holy word. He makes an incredible promise, that whatever we ask will be given us. He tells us this because he wants us to pray in union with him.
Lastly, and perhaps most shockingly, Jesus says that by our remaining as branches on the Vine in all of these ways, the Father will be glorified and we will “become” Jesus’ disciples. We’re not disciples if we merely know what he’s taught of simply following him on the outside. We become disciples when we unite ourselves to him on the inside.
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El quinto domingo de Pascua de este año nos lleva al Evangelio, donde Jesús nos habla de la imagen bella y poderosa de la vid y las ramas, que es una imagen del tipo de unidad que todos debemos tener en Jesús, una imagen de cómo se supone que nuestras obras fluyen de nuestro vínculo de salvación con él en vez de distanciarnos de él y de su gracia redentora, y cómo se supone que debemos estar en comunión con las otras ramas de la vid. Veamos brevemente lo que dice Jesús:
Primero, Jesús dice: “Mi Padre es el viñador”. Él es quien nos ha llamado a la comunión a través de Jesús. ¡Qué tremenda gracia!
Segundo, el Padre es un podador. “Me quita todas las ramas que no dan fruto, y podan otras para que den más fruto”. El Padre es un podador paciente. Pero él quiere nuestra cooperación. ¿Permitimos que nos pode para que podamos producir más fruta? ¿Permitimos que pode nuestro tiempo, nuestras posesiones y apegos, nuestro falso sentido de autonomía, incluso nuestras cosas buenas, para que podamos dar más fruto? ¿Permitimos que nos pode algunas ideas viejas y entendimientos, para que él pueda profundizar en las comuniones con él y con los demás?
Tercero, Jesús dice que el Padre nos ha podado “por la palabra que te he hablado”. La palabra de Jesús nos ayuda a ver qué se debe cortar de nuestra vida para que podamos ser fructíferos. No podemos permanecer en él a menos que permanezcamos en esa palabra.
Cuarto, Jesús nos llama a permanecer en él mientras él mora en nosotros. Este es un verbo pasivo y activo para nosotros. Primero, debemos permitir que el Señor permanezca en nosotros, pero luego debemos responder y permanecer en él. ¿Buscamos permanecer en él en oración? ¿En el trabajo? ¿En masa? En nuestras amistades? En todo el día? La esencia de la vida cristiana es esta permanencia mutua.
Quinto, Jesús enfatiza que a menos que estemos morando en él como ramas en la vid, no daremos fruto porque, aparte de él, no podemos hacer nada. En realidad, es una frase impactante, porque creemos que nosotros podemos hacer mucho sin Jesús, que en realidad somos autosuficientes, física y espiritualmente. Si no damos ningún fruto porque nos hemos quitado de la vid, porque no permanecemos en Jesús sino que permanecemos fuera de la comunión con él, él nos dice que seremos arrojados como una rama marchita y seremos recogidos y arrojados al fuego. Esta no es sólo una imagen del infierno, sino también una imagen de la causalidad de la ausencia de vida espiritual. Si buscamos hacer cosas aparte de Dios, y aparte de su Cuerpo místico, aunque parezcamos ser “productivos”, nuestra vida será infructuosa y vana.
Sexto, si permanecemos en él y sus palabras resuenan dentro de nosotros, entonces nuestra oración cambiará totalmente, porque oraremos unidos con Jesús en su santa palabra. Él hace una promesa increíble, que cualquier cosa que pidamos nos será dada. Él nos dice ésto porque quiere que oremos en unión con él.
Por último, y quizás lo más sorprendente, Jesús dice que al permanecer como ramas en la vid en todas estas formas, el Padre será glorificado y nos “convertiremos” en los discípulos de Jesús. No somos discípulos si simplemente sabemos lo que él nos enseñó o simplemente lo seguimos en el exterior. Nos convertimos en discípulos cuando nos unimos a él por dentro.
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