Over the past few weeks, there has been a trilogy among the Gospel passages. Two weeks ago we focused on Christ’s identity as the Messiah and Son of God and of our call to follow him along the way of self-giving love until death.
Last week, the Gospel featured the various types of excuses — personal security and well-being, business and family concerns — by which people refuse to follow Christ right now.
Today we encounter the crowning of what it means to be a disciple of Christ: to follow him all the way so that his priorities become our priorities, his message our message, his mission our mission, his zeal for the salvation of others our own.
Lets focus on today’s Gospel reading. We just read how Jesus sends his 72 disciples out to preach the Gospel, and they come back rejoicing at the success of their mission. And then Jesus says something rather strange. He tells them, “I watched Satan fall like lightning from heaven.”
Some Biblical commentators read the saying as a warning against unhealthy pride, the cause of Satan’s original fall from grace. It is as if Jesus had said, “Well, it’s good that you have experienced the power of my salvation, but be careful. If you forget that this power comes not from yourselves but from on high, you may fall into the tragic trap that the devil fell into, thinking that you are on par with God.”
The lesson is clear. Those who trust in God and obey his call in their lives, as did the seventy-two, will experience God’s power acting in and through their lives, which is exactly what Christ wants.
That experience will then open the door to the stable kind of happiness that only God can give, because it teaches us to depend on God, who is all-powerful, and not on ourselves.
Today Jesus is reminding us that we are his fellow laborers. The more actively we take up our mission to spread Christ’s Kingdom with our words, our prayers, and our example of Christian living, the more we will share in Christ’s joy.
As we continue celebrating this Mass, let’s ask the Holy Spirit to enlighten our minds, so that each one of us can make an honest evaluation of our own discipleship. All of us are here because we love Christ and want to follow him more closely. He wants the same thing.
So when we receive him in Holy Communion, let’s ask him to show us how to be better followers, let’s ask him to help us this week to bring his Good News to someone who needs to hear it. Amen.
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En las últimas semanas, ha habido una trilogía entre los pasajes del Evangelio. Hace dos semanas nos enfocamos en la identidad de Cristo como el Mesías y el Hijo de Dios y de nuestro llamado a seguirlo en el camino del amor de entrega hasta la muerte.
La semana pasada, el Evangelio presentó varios tipos de excusas: la seguridad personal y bienestar, negocios y preocupaciones familiares, por las cuáles las personas se niegan a seguir a Cristo en este momento.
Hoy nos encontramos con la culminación exitosa de lo que significa ser un discípulo de Cristo: seguirlo hasta el final para que sus prioridades se conviertan en nuestras prioridades, su mensaje en nuestro mensaje, su misión en nuestra misión, su preocupación por la salvación de los demás.
Nos centramos en la lectura del Evangelio de hoy. Acabamos de leer cómo Jesús envía a sus 72 discípulos a predicar el Evangelio, y regresan regocijándose por el éxito de su misión. Y entonces Jesús dice algo bastante extraño. Él les dice: “Vi a Satanás caer como un rayo del cielo”.
Algunos comentaristas bíblicos leyeron el dicho como una advertencia contra el orgullo malsano, la causa de la caída original de la gracia de Satanás. Es como si Jesús hubiera dicho: ” es bueno que hayan experimentado el poder de mi salvación, pero tengan cuidado. Si olvidan que este poder no proviene de ustedes sino de lo alto, pueden caer en la trampa trágica que el diablo cayó pensando que está a la par con Dios “. La lección es clara. Aquellos que confían en Dios y obedecen su llamado en sus vidas, como lo hicieron los setenta y dos, experimentarán el poder de Dios actuando en y a través de sus vidas, que es exactamente lo que Cristo quiere.
Esa experiencia abrirá la puerta al tipo estable de felicidad que sólo Dios puede dar, porque nos enseña a depender de Dios, que es todo poderoso, y no de nosotros mismos.
Hoy Jesús nos recuerda que somos sus compañeros de trabajo. Cuanto más activamente asumamos nuestra misión de difundir el Reino de Cristo con nuestras palabras, nuestras oraciones y nuestro ejemplo de vida cristiana, más participaremos en la alegría de Cristo.
Mientras continuamos celebrando esta misa, pidamos al Espíritu Santo que ilumine nuestras mentes, para que cada uno de nosotros pueda hacer una evaluación honesta de nuestro propio discipulado. Todos nosotros estamos aquí porque amamos a Cristo y queremos seguirlo más de cerca. Él quiere lo mismo.
Entonces, cuando lo recibamos en la Sagrada Comunión, pidámosle que nos muestre cómo ser mejores seguidores, pidámosle que nos ayude esta semana para llevar su Buena Nueva a alguien que necesita escucharla. Amén.
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