Jesus packs three significant lessons into this discourse on the Most Holy Eucharist in today’s Gospel passage. First, He points out the mystery of faith, that no one can believe in him “unless he is drawn by the Father.” Faith in Jesus Christ supplies us with life’s only dependable fuel, and yet, faith in Christ is God’s gift, no one can produce it on their own. When we look at the small white consecrated Host, no scientific test can prove that Jesus Christ is truly present there, Body, Blood, Soul, and Divinity. And yet, we know that He is truly present; we have been given the gift of faith. This is why the priest says, after the consecration at each Mass: “Let us proclaim the mystery of faith.” Second, this faith in Jesus leads to “eternal life.” Later in the Gospel, Jesus tells us that eternal life consists in knowing “the only true God, and Jesus Christ whom [God has] sent” (John 17:3). In Biblical language, “knowing” implies deep interpersonal intimacy, the kind of relationship we all yearn for. That we can have a relationship like that with God himself, who is more lovable, more beautiful than any other person is or can be, is the Good News of Jesus Christ. God hasn’t kept his distance from us sinners; he wants us to know him and share his life. Third, Jesus himself is the “bread” of this eternal life, its source and sustenance. Without bread, without food, physical life perishes. Without Jesus, without his “flesh for the life of the world” in the Most Holy Eucharist, our life of intimate communion with God will perish. It’s that simple – and it’s that crucial. Eleven times in this discourse Jesus speaks of himself as the bread of life; He’s really hoping that we’ll get the message. The gift of faith gives us access to eternal life, and the Most Holy Eucharist makes that life grow within us. One more thing to think about: God supports our faith in many ways. For example: He knows that the culture of this fallen world is constantly trying to erode our faith. And so, in his wisdom and according to his providence, He sends us miracles, sometimes dramatic, to give our tired faith a boost. The history of the Church is full of Eucharistic miracles. Recorded miracles include Hosts that survived fires, Hosts that started to bleed during Mass, Hosts that lost their appearance of bread and transformed into flesh… But some of the most remarkable signs God has given us regarding the Most Holy Eucharist has to do with Holy Communion. Through the centuries, there have been many saints, both men and women, who have lived for entire periods of their lives just on the Most Holy Eucharist. They took no food or drink, but only received Holy Communion every day. St Catherine of Siena was one of these, and so was Blessed Alexandrina da Costa, from Portugal. But one of the most amazing cases was St Nicholas of Flue, who lived in Switzerland during the 1400s. He lived as a hermit and for 19 years and during that time ate or drank absolutely nothing except daily Holy Communion. Even when he tried to eat normal food he simply couldn’t keep it down. Our Lord himself explained to Blessed Alexandrina why He gives this grace to his some of his saints: “You are living by the Most Holy Eucharist alone,” He told her, “because I want to prove to the world the power of the Most Holy Eucharist and the power of My Life in souls.” Christ is the fullness of life and meaning that we all hunger for, and the Most Holy Eucharist is Christ’s real presence. This is what our faith teaches us. So today, let’s set our faith in motion, so that as we continue with this celebration of the Most Holy Eucharist, to which the Father has drawn us, we will give the Lord a solid opportunity to strengthen us for the everlasting life that He died to give us. Amen.
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Jesús incluye tres lecciones importantes en este discurso sobre la Santísima Eucaristía en el pasaje del Evangelio de hoy. Primero, señala el misterio de la fe, que nadie puede creer en él “a menos que sea atraído por el Padre”. La fe en Jesucristo nos proporciona el único combustible confiable de la vida y, aún cuando la fe en Cristo es un regalo de Dios, nadie puede producirla por sí solo. Cuando miramos la pequeña Hostia blanca consagrada, ninguna prueba científica puede probar que Jesucristo está realmente presente allí, Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad. Y, sin embargo, sabemos que Él está verdaderamente presente; se nos ha dado el don de la fe. Por eso el sacerdote dice, después de la consagración en cada misa: “Proclamemos el misterio de la fe”. En segundo lugar, esta fe en Jesús conduce a la “vida eterna”. Más adelante en el Evangelio, Jesús nos dice que la vida eterna consiste en conocer “al único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien [Dios ha] enviado” (Juan 17: 3). En el lenguaje bíblico, “conocer” implica una profunda intimidad interpersonal, el tipo de relación que todos anhelamos. Que podamos tener una relación así con Dios mismo, que es más adorable, más hermoso de lo que es o puede ser cualquier otra persona, es la Buena Nueva de Jesucristo. Dios no se ha mantenido alejado de nosotros los pecadores; quiere que lo conozcamos y compartamos su vida con él. En tercer lugar, Jesús mismo es el “pan” de esta vida eterna, su fuente y sustento. Sin pan, sin comida, la vida física perece. Sin Jesús, sin su “carne para la vida del mundo” en la Santísima Eucaristía, nuestra vida de íntima comunión con Dios perecerá. Es así de simple y es tan crucial. Jesús habla de sí mismo once veces en este discurso como el pan de vida; realmemte espera que entendamos el mensaje. El don de la fe nos da acceso a la vida eterna, y la Santísima Eucaristía hace que esa vida crezca en nosotros. Una cosa más en la que pensar: Dios apoya nuestra fe de muchas maneras. Por ejemplo: Él sabe que la cultura de este mundo caído está constantemente tratando de erosionar nuestra fe. Y así, en su sabiduría y según su providencia, nos envía milagros, a veces dramáticos, para dar un impulso a nuestra fe cansada. La historia de la Iglesia está llena de milagros eucarísticos. Los milagros registrados incluyen Hostias que sobrevivieron a los incendios, Hostias que comenzaron a sangrar durante la Misa, Hostias que perdieron su apariencia de pan y se transformaron en carne … Pero algunas de las señales más notables que Dios nos ha dado con respecto a la Santísima Eucaristía tienen que ver con la Sagrada Comunión. A lo largo de los siglos, ha habido muchos santos, tanto hombres como mujeres, que han vivido durante períodos enteros de sus vidas solo de la Santísima Eucaristía. No comieron ni bebieron, solo recibieron la Sagrada Comunión todos los días. Santa Catalina de Siena fue una de ellas, al igual que la Beata Alejandrina da Costa, de Portugal. Pero uno de los casos más sorprendentes fue el de San Nicolás de Flue, que vivió en Suiza durante el siglo XV. Vivió como ermitaño durante 19 años y en todo ese tiempo no comió ni bebió absolutamente nada excepto la Sagrada Comunión diaria. Incluso cuando trató de comer alimentos normales, simplemente no pudo recibirlos. Nuestro Señor mismo explicó a la Beata Alejandrina por qué da esta gracia a algunos de sus santos: “Vives solo de la Santísima Eucaristía”, le dijo, “porque quiero demostrar al mundo el poder de la Santísima Eucaristía y el poder de Mi Vida en las almas”. Cristo es la plenitud de vida y el significado que todos anhelamos, y la Santísima Eucaristía es la presencia real de Cristo. Esto es lo que nos enseña nuestra fe. Así que hoy, pongamos en movimiento nuestra fe, para que mientras continuamos con esta celebración de la Santísima Eucaristía, a la que el Padre nos ha atraído, le demos al Señor una oportunidad sólida para fortalecernos para la vida eterna ya que Él murió para dárnosla. Amén.
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