Last week Jesus presented us the parable contrasting the prayer of the Pharisee and the Tax Collector. Both went up to the temple to pray. Both left. And only one’s prayer was heard. The one who left justified was not the outwardly devout Pharisee but the humble tax collector, who stood at the back, beat his breast and begged, “God, be merciful to me a sinner!” In today’s Gospel, we encounter those characters from the parable — self-righteous “good people” and a notorious, humble “tax collector” — in real life. And we see how the God-man responds when such a sinner calls out to him for such mercy.
What occurred in today’s Gospel also happens today and everyday: Jesus takes the initiative of knocking at the door of our souls, asking for entry, coming to us wherever we are. To the extent that we repent of whatever sins we’ve committed and accept Jesus’ gracious invitation by “welcoming him with delight,” we, too, like Zacchaeus, can have salvation come to us.
This is the first lesson we learn from the story of Zacchaeus and Jesus, that Jesus wants to take us apart from the crowd and bring us the salvation of his mercy. The place where Jesus ordinarily does that is the confessional.
The second thing we learn from this encounter of Zacchaeus and Jesus is about the diminutive tax collector’s hunger to see Jesus. Zacchaeus’ climbing of the sycamore tree is more than an interesting detail. We, too, often cannot see the Lord because other people and things get in the way. They block our sight in many ways. We’re often too small of stature to see over such obstacles, and, unfortunately, too often others are too caught in themselves to do anything to help us and bring us into the presence of the Lord. Like a little child, however, Zacchaeus climbs a tree to see the Lord. His example challenges each of us to consider what is the extent to which we go, what trees or obstacles will we climb, in order to see Jesus more clearly. How much do we desire to see the Lord?
The third thing this episode with Zacchaeus teaches us is that a true conversion to God also brings about a real conversion to others. Even though he, like his fellow tax-collectors, would have been guilty of ripping off the people of Jericho by unregulated over-taxation, Zacchaeus knew that he needed to make amends and to use the gift of his office to do good rather than evil. Zacchaeus committed himself to giving fifty percent of his income to those who were needy, which was a sign of great love. We’re called to do the same with whatever God has given us.
At today’s Mass, we turn to the Lord and thank him for the example of Zacchaeus, who shows us the path to forgiveness one-on-one with Jesus, how to overcome whatever hinders us from contact with the Lord and how to make amends for our sins against God and neighbor. We should feel immense peace as we reflect on this Gospel passage. Think about it: Lord Jesus will continually come to save us, no matter how far we’ve sunk, and no matter how many times we’ve fallen. And there’s nothing he won’t do to save us.
Today, he calls us by name and says, “I must stay in your house today.” May His salvation come to our homes and our lives today. Amen.
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La semana pasada, Jesús nos presentó la parábola en la que existe un contraste de la oración del fariseo y el recaudador de impuestos. Ambos subieron al templo a rezar y ambos se fueron. Y sólo se escuchó la oración de uno. El que se fué justificado no era el fariseo aparentemente devoto, sino el humilde recaudador de impuestos, que se paró en la parte de atrás, se golpeó el pecho y suplicó: “¡Dios, ten piedad de mí que soy pecador!” En el Evangelio de hoy, nos encontramos con esos personajes de la parábola — “buenas personas” auto-justificadas y un “recaudador de impuestos” notorio y humilde — en la vida real. Y vemos cómo el Dios-hombre responde cuándo un pecador le pide tal misericordia.
Lo que ocurrió en el evangelio de hoy también ocurre hoy y todos los días: Jesús toma la iniciativa de golpear a la puerta de nuestras almas, pidiendo la entrada, ven a nosotros dónde sea que estemos. En la medida en que nos arrepentimos de los pecados que hemos cometido y aceptamos la invitación de gesto de Jesús para “darle la bienvenida con deleite”, también, cómo nosotros, cómo el, puede venir la salvación a nosotros.
Ésta es la primera lección que aprendemos de la historia de Zaqueo y Jesús quiere sacarnos de la multitud y llevarnos a la salvación de su misericordia. El lugar donde Jesús es eso ordenamente es en el confesional.
Lo segundo que aprendemos de este encuentro de Zaqueo, el recaudador de impuesto, es sobre su hambre para ver a Jesús que lo distingue. La escalada de Zaqueo al árbol de sicómoro es más que un detalle interesante. Nosotros, a menudo, no podemos ver al Señor porque otras personas y cosas se ponen en el camino. Ellos bloquean nuestra vista de muchas maneras. A menudo somos demasiado pequeños de estatura para ver sobre obstáculos, y, desafortunadamente, con demasiada frecuencia, otros están demasiado atrapados en sí mismos para hacer algo para ayudarnos y llevarnos a la presencia del Señor. Al igual que un niño pequeño, sin embargo, Zaqueo sube a un árbol para ver al Señor. Su ejemplo desafía a cada uno de nosotros a considerar cuál es el alcance a dónde vamos, qué árboles o obstáculos escalaremos, para ver a Jesús más claramente. ¿Cuánto deseamos ver al Señor?
La tercera cosa que este episodio con Zaqueo nos enseña es que una verdadera conversión a Dios también produce una conversión real de los demás. A pesar de que Zaqueo, al igual que sus colegas recaudadores de impuestos, habría sido culpable de estafar a la gente de Jericó con impuestos excesivos no regulados, Zaqueo sabía que necesitaba hacer las paces y usar el don de su cargo para hacer el bien en lugar del mal. Zaqueo se comprometió a dar el cincuenta por ciento de sus ingresos a los necesitados, lo cual era una señal de gran amor. Estamos llamados a hacer lo mismo con lo que Dios nos ha dado.
En la misa de hoy, volvemos al Señor y le agradecemos por el ejemplo de Zaqueo, quien nos muestra uno a uno el camino hacia el perdón con Jesús, como superar lo que nos impide el contacto con el Señor y como hacer las paces por nuestros pecados contra Dios y el prójimo. Debemos sentir una paz inmensa al reflexionar sobre este pasaje del Evangelio. Piénsenlo: el Señor Jesús vendrá continuamente a salvarnos, sin importar cuan lejos nos hayamos hundido, y sin importar cuantas veces hayamos caído. Y no hay nada que no haga para salvarnos.
Hoy, nos llama por su nombre y dice: “Hoy debo quedarme en su casa”. Que su salvación venga hoy a nuestros hogares y nuestras vidas. Amén.
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