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Twentieth Sunday in Ordinary Time

Today, we focus on a particular aspect of true faith in Jesus — zeal for the faith. The faith to which we’re called is a faith that helps us to put our sole treasure in God and the things of God. Jesus says in today’s Gospel, “I have come to light a fire on the earth…” Jesus wants to ignite us with the fire of love, so that we might burn with zeal, with fervor for Him, who is the Truth and in whom we believe, and for others, for whom he himself continues to burn with love.

And so this weekend we have to ask ourselves whether we really love God as he calls us to. Clearly all of us have faith in God which brings us here. But is it the dry fidelity of a somebody who just wants to do the minimum and not be considered by him disloyal, or is it the burning love of the great saints? Do we love him enough to do more than the minimum? To strive toward the maximum?

Jesus wants to set a fire on the earth. Fire has many characteristics. Fire warms. Fire purifies and refines. Fire transforms. Fire burns. The blaze Jesus came to ignite will do a little of all of these things. First, fire is meant to burn away anything that keeps us from God, so that we might put him first in all things. He wants to burn away everything we put in God’s place, whether it be work, money, family, property, sports. All of these things are good, but none is God and God always demands first place. Like Abraham, we’re called to love God and to trust in His all-loving, all-knowing Providence, even when he asks us to do things that we might find difficult.

And this is NOT easy. Lest we think it’s easy, Jesus describes right after he says he’s coming to light a fire on the earth, what it might entail. He says, “Don’t think I’ve come to establish peace on the earth; I have come for division…. Jesus explicitly stated that did not come to establish the peace that the world wants, a simple cosmetic “harmony between people,” because he knew that some would always reject the truth and hence reject us.

This about this: Faith doesn’t itself divide, but rather the rejection of faith divides. We see this at work, when a boss starts to insist that you put work before God and work rather than come to Mass. It happens at school, when people try to get you to do something immoral and make fun of you when you don’t. It’s always been that way. It was for Jeremiah in the first reading, when they rejected Him and tried to kill him in a cistern. It happened that way for Christ, when they rejected him and killed him on a Cross. Really living the faith with fire and commitment will bring division, not because we want to divide from others, but because others will reject what we stand for. There are two options to take in response to this. One is the way many people in the world go. “I’ll compromise my faith,” they say, “or at least downplay it.” I won’t make an issue out of it. The other is the way of the saints. I’ll live it, I’ll be faithful and loving of God and put him first, come what may. With great trust in God, I’ll do whatever I know he’s asking, even if I personally have to suffer.

Zeal is what makes saints. In the second reading today from the Letter to the Hebrews, we read about the reality that we are “surrounded by a cloud of witnesses.” This cloud of witnesses are the saints, who have gone before us and who are still alive around us. This cloud of saints inspires us to leave behind every encumbrance of sin and persevere in running the race which lies ahead.

Christ wants to light us on fire. He wants us to light us like a torch so that we might carry that torch throughout life, lighting up the world. On the day of our baptism, we received the Light of Christ and were instructed to keep that torch burning brightly until the return of Christ Jesus. How are we doing? Would others be able to say that we carry that light of Christ, the light of the joy of the Resurrection, no matter how much darkness there is, no matter how much suffering?

The Holy Spirit has been sent into our hearts at Confirmation to help us be ignited. And so we finish by praying: Come, Holy Spirit, Fill the Hearts of Your Faithful and kindle in us the fire of your love!

Hoy, tratamos un aspecto particular de la verdadera fe en Jesús: vamos a pensar al celo por la fe. La fe a la que estamos llamados es una fe que nos ayuda a poner nuestro único tesoro en Dios y en las cosas de Dios. Jesús dice en el Evangelio de hoy: “He venido a encender un fuego en la tierra …” Jesús quiere encendernos con el fuego del amor, para que podamos arder con celo, con fervor por Él, quién es la Verdad y en quién creemos, y para otros, por quiénes él mismo sigue ardiendo de amor.

Y este fin de semana tenemos que preguntarnos si realmente amamos a Dios como él nos llama a hacerlo. Claramente, todos tenemos fe en Dios que nos trae hasta aquí en la Iglesia esta mañna. ¿Pero me pregunto: es la seca fidelidad de alguien que solo quiere hacer lo mínimo para no ser considerado desleal, o es el amor ardiente de los grandes santos? ¿Lo amamos lo suficiente como para hacer más que el mínimo? ¿Esforzarse hacia el máximo?

Jesús quiere prender un fuego a la tierra. El fuego tiene muchas características. El fuego que calienta. El fuego que purifica y refina. El fuego que se transforma. El que quema. El fuego que Jesús encendió hará un poco de todas estas cosas en nuestras almas. Primero, el fuego está destinado a quemar todo lo que nos aleja de Dios, para que podamos ponerlo primero en todas las cosas. Quiere quemar todo lo que ponemos en el lugar de Dios, ya sea trabajo, dinero, familia, propiedad, deportes. Todas estas cosas son buenas, pero ninguna de ellas son Dios y Dios siempre exige el primer lugar.

Y esto NO es fácil. Para que no pensemos que es fácil, Jesús describe justo después de que dice que vendrá a encender un fuego en la tierra, lo que podría implicar. Él dice: “No creas que he venido a establecer la paz en la tierra; he venido por división…” Jesús declaró explícitamente que no vino a establecer la paz que el mundo quiere, una simple “armonía cosmética entre personas.”

Piensen sobre esto: la fe en sí misma no divide, sino que el rechazo de la fe divide. Por ejemplo, vemos ésto en el trabajo, cuando un jefe comienza a insistir en que pongas el trabajo ante Dios y te obliga de trabajar en lugar de venir a misa. Sucede en la escuela, cuando la gente trata de hacer que hagas algo inmoral y te burles de ti cuando no lo haces. Sucedió así con Jeremías en la primera lectura, lo rechazaron y trataron de matarlo en una cisterna. Sucedió así con Cristo, cuando lo rechazaron y lo mataron en una Cruz. Vivir realmente la fe con fuego y compromiso traerá división, no porque queramos separarnos de los demás, sino porque otros rechazarán lo que representamos.

Hay dos opciones para tomar en respuesta a ésto. Una es la forma en que muchas personas en este mundo toman. “Voy a comprometer mi fe,” dicen, “o al menos minimizarla.” Al lugar de resolver el problema, lo voy a dejar como esta. El otro opción para tomar en respuesta es el camino de los santos. “Lo viviré, seré fiel y amaré a Dios y pondré Dios siempre primero en mi vida, pase lo que pase. Con gran confianza en Dios, haré lo que sé que él está pidiendo, incluso si personalmente tengo que sufrir.

Él quiere que nos iluminemos como una antorcha para que podamos llevar esa antorcha durante toda la vida, iluminando el mundo. En el día de nuestro bautismo, recibimos la Luz de Cristo y se nos ordenó mantener esa antorcha encendida hasta el regreso de Cristo Jesús. ¿Cómo vamos? ¿Podrían otros decir que llevamos esa luz de Cristo, la luz del gozo de la Resurrección, sin importar cuánta oscuridad haya, sin importar cuánto sufrimiento?

El Espíritu Santo ha sido enviado a nuestros corazones en la Confirmación para ayudarnos a encendernos. Y así terminamos orando: ¡Ven, Espíritu Santo, llena los corazones de tus fieles y enciende en nosotros el fuego de tu amor!

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