In today’s Gospel James and John want glory, and Our Lord wants to show them the path they did not expect would achieve it: suffering for the sake of others. Our true glory comes from the degree to which we give ourselves to others, just like Our Lord. Let’s take a deeper look at the readings. Today’s First Reading speaks of the Suffering Servant and the fruits of his suffering for us. The Suffering Servant is a prophecy of Our Lord, and the “cup” to which He refers in today’s Gospel is the suffering He knows He must endure for us. In fact, suffering offered up to God has great power: through Christ’s suffering, the Father’s will is accomplished, and his followers are redeemed. When preparing this homily, something caught my attention: Why did Our Lord use the word “cup?” In Sacred Scripture a “cup” has a specific symbolic meaning: a lot or a condition or a resulting situation or an outcome that the Lord imposes on people or nations (see “Cup” in Scott Hahn (ed.), Catholic Bible Dictionary, Doubleday, 2009). This lot could be a blessing or a curse. The cup of God’s anger, for example, referred to the intense suffering awaiting the wicked. Evil persons and nations will be required to drink the cup of God’s wrath. The cup can also refer to the faithful whose lot is the Lord: a blessing. The cup of salvation is a blessing, not a curse. So, in today’s Gospel, the theme of the cup is to demonstrate Our Lord’s willingness to accept the burden of our redemption. In today’s Second Reading we see the glory that Our Lord received for drinking the cup of suffering: he became our High Priest by sacrificing himself. Although not mentioned in today’s passage, the Letter to the Hebrews explains that Our Lord, in sacrificing himself, is consecrated a priest, a bridge between heaven and earth. A priest, in virtue of the Sacrament of Holy Orders, belonging to both the divine and the human sphere, mediates between God and others and offers sacrifice to God on their behalf. They continue Our Lord’s work of being a “bridge” that connects the divine and the human, and thereby to bring human beings to God, to his redemption, to his true light, to his true life. Suffering and trials that are in the cup we often must drink from, are the path to glory for a disciple of Christ. When we offer to God our suffering and trials, we too glorify God the Father and serve others and give our lives for them to be “ransomed” from sin. In today’s Gospel we noticed how Jesus helps them understand the path to everlasting glory. Jesus taught this by his example. He constantly served others in their most profound needs. Jesus met people where they were the weakest: He helped the blind regain their sight, the lame to walk, lepers to be cleansed, the deaf to hear, the dead to rise, and to the poor He preached the good news (Cf. Matthew 11:5). Let’s seek God’s Glory in all we do, a glory only won through offering up our suffering and trials for his Glory and for the sake of others in imitation of Christ. Amen.
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En el evangelio de hoy, Santiago y Juan quieren gloria, y Nuestro Señor quiere mostrarles el camino que no esperaban que lograra: sufrir por el bien de los demás. Nuestra verdadera gloria proviene del grado en que nos entregamos a los demás, al igual que Nuestro Señor. Entonces echemos un vistazo más profundo a las lecturas. La primera lectura de hoy habla del Siervo sufriente y de los frutos de su sufrimiento por nosotros. El Siervo sufriente es una profecía de Nuestro Señor, y la “copa” a la que se refiere en el Evangelio de hoy, es el sufrimiento que sabe que debe soportar por nosotros. De hecho, el sufrimiento ofrecido a Dios tiene un gran poder: a través del sufrimiento de Cristo, la voluntad del Padre se cumple y sus seguidores son redimidos. Al preparar esta homilía, algo me llamó la atención: ¿Por qué Nuestro Señor usó la palabra “copa”? En la Sagrada Escritura, una “copa” tiene un significado simbólico específico: una condición o una situación resultante o un resultado que el Señor impone a las personas o naciones (ver “Copa” en Scott Hahn (ed.), Diccionario Bíblico Católico, Doubleday, 2009). Este podría ser una bendición o una maldición. La copa de la ira de Dios, por ejemplo, se refería al sufrimiento intenso que aguardaba a los malvados. Se requerirá que las personas y naciones malvadas beban la copa de la ira de Dios. La copa también puede referirse a los fieles cuya suerte es el Señor: una bendición. La copa de la salvación es una bendición, no una maldición. Entonces, en el Evangelio de hoy, el tema de la copa es demostrar la voluntad de Nuestro Señor de aceptar la carga de nuestra redención. En la segunda lectura de hoy vemos la gloria que recibió Nuestro Señor por beber la copa del sufrimiento: se convirtió en nuestro Sumo Sacerdote al sacrificarse a sí mismo. Aunque no se menciona en el pasaje de hoy, la Carta a los Hebreos explica que Nuestro Señor, al sacrificarse a sí mismo, es consagrado sacerdote, un puente entre el cielo y la tierra. Un sacerdote, en virtud del Sacramento del Orden Sagrado, perteneciente tanto a la esfera divina como a la humana, media entre Dios y los demás y ofrece sacrificios a Dios en su nombre. Continúan la obra de Nuestro Señor de ser un “puente” que conecta lo divino y lo humano, y así llevar a los seres humanos a Dios, a su redención, a su luz verdadera, a su vida verdadera. El sufrimiento y las pruebas que están en la copa de la que a menudo debemos beber, son el camino a la gloria para un discípulo de Cristo. Cuando ofrecemos a Dios nuestros sufrimientos y pruebas, también glorificamos a Dios el Padre y servimos a los demás y damos nuestra vida para que sean “rescatados” del pecado. En el evangelio de hoy notamos cómo Jesús les ayuda a comprender el camino hacia la gloria eterna. Jesús enseñó esto con su ejemplo. Constantemente sirvió a otros en sus necesidades más profundas. Jesús se encontró con personas donde eran más débiles: ayudó a los ciegos a recobrar la vista, a los cojos a caminar, a los leprosos a ser sanados, a los sordos a oír, a los muertos a resucitar y a los pobres les predicó la buena nueva (Cf. Mateo 11: 5). Busquemos la gloria de Dios en todo lo que hacemos, una gloria que solo se gana ofreciendo nuestros sufrimientos y pruebas por su gloria y por el bien de los demás a imitación de Cristo. Amén.
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